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Tiempo aplazado

 

Tiempo aplazado

Tiempo aplazado

“El hombre es un ser de lejanías”, tal como decía Heidegger. Eso lo demuestra el paso del tiempo que nos va alejando de seres, lugares y, sobre todo, de nuestros sueños y de quienes una vez fuimos.. Esa lejanía la crea el tiempo en su discurrir.

Ana Alejandre

Si hay algo que nos preocupa a los adultos es el paso del tiempo. Y no solo por los estragos que hace en la salud, en el físico, sino en los propios ideales, las ilusiones que el tiempo las va desmontando, una tras otra, con la precisión de un mecanismo de relojería. Solo tenemos que pensar lo que ansiábamos, lo que proyectábamos hacer, lo que soñábamos alcanzar y lo que nos esforzábamos en conseguir, y si hacemos el cómputo de lo conseguido siempre es una milésima parte de aquello que soñamos un día, aunque hayamos logrado algo bueno que nunca deseamos o en lo que nunca pusimos ningún esfuerzo o ilusión.

Todo los que nos depara de bueno la vida sin haberlo deseado ni siquiera pensado en ello, no nos compensa de lo que sí queríamos, pero jamás lo hemos podido alcanzar, por unas causas o por otras. Esos sueños se quedan anquilosados en el tiempo, congelados en una especie de dimensión en la que ya no podemos entrar, como es la ilusión perdida que no se puede reavivar, ni tampoco podemos olvidar que una vez sentimos esa chispa de magia que es la ilusión apasionada por algo o alguien que estaba fuera de nuestro alcance y que el tiempo nos demostró con la sensación de fracaso o derrota que lleva consigo.

Cuando se inicia un año nuevo siempre lo empezamos con cierto entusiasmo por eso de los distintos proyectos que nos hemos marcado como son “este año dejo de fumar”, “este año voy a hacer ejercicio"”,o "este año tengo que perder unos kilos”. o "tengo que leer más", o "tengo que aprender ingles", o "tengo que viajar a…”, y así suma y sigue. Ya decía Mario Benedetti “Cinco minutos bastan para soñar toda una vida, así de relativo es el tiempo”. A medida que van pasando los días, las semanas y los meses, nos encontramos que no hemos empezado a intentar conseguir algunos de esos proyectos “tan firmes” que tuvimos poco antes de llegar el nuevo año, pero que se van diluyendo como un azucarillo en un café.

Paulatinamente, nos damos ánimos pensando que ya lo haremos en el mes siguiente o en la próxima primavera, y, si no, en el verano que se tiene más tiempo, ´dándonos continuos aplazamientos sin aceptar que vendrá otro nuevo año y seguiremos prometiéndonos hacer lo que en este no hemos hecho porque tenemos muchos meses por delante para empezar a llevar a la práctica lo que nos habíamos prometido a nosotros mismos. Pero llega un momento, en el que somos conscientes de que llegará el próximo año y estaremos prometiéndonos todos esos proyectos que se habían quedado en el tintero por falta de ganas de escribirlos en nuestro libro vital, en cada una de sus páginas que son los días.

Esto no quiere decir que no nos esforcemos en conseguir nuestros objetivos, pero son siempre aquellos que nos vienen impuestos “desde fuera”, obligaciones familiares, laborales, estudiantiles, compromisos sociales y un largo etcétera., pero nos damos cuenta de que de esos no podemos pasar porque otras personas están implicadas y nos pedirán cuentas o responsabilidades. Pero todo lo que nos atañe solo a nosotros, mismos, es decir, “viene de dentro”, se queda en ese almacén que tenemos en la memoria para todo aquello de lo que podemos “pasar” por un tiempo, más o menos largo, que siempre descubrimos que es por un tiempo indefinido, ya que al siguiente año volveremos a hacernos las mismas promesas que quedarán incumplidas en su totalidad o en una gran parte.

El tiempo se vuelve así un perfecto cómplice de nuestra desgana para hacer lo que queremos aparentemente, pero que en realidad no deseamos y. por ello, buscamos el cómplice que tenemos siempre a mano y que es la “falta de tiempo” -aunque olvidamos que lo único que nos falta no es el tiempo, esa dimensión invisible en la que discurre la vida porque es el cauce del que esta se nutre y por el que se desplaza-, sino que lo que nos falta son las ganas de hacer lo que queremos convencernos de que sí deseamos llevar a cabo.´Y todas esas pequeñas derrotas se suman. año tras año, dejándonos un poco más insatisfechos y con una sensación de fracaso, pero no aplazado, sino renovado cada fin de año.

En cada nuevo año, o nuevo plazo de tiempo que nos demos para hacer algo o llevar a cabo un proyecto, debemos pensar que cada año que empieza es un año más que tenemos de plazo supuestamente, pero, sobre todo, deberíamos pensar que es un año menos del resto de nuestro cómputo vital. Y es conveniente pensarlo para que no lleguemos a decir como William Shakespeare “Malgasté el tiempo. Ahora el tiempo me malgasta a mí”.

 

Edición nº 58, enero/marzo de 2022